Si una terapia no ortodoxa resulta
poco creíble debido a que los mecanismos implicados o sus supuestos efectos contradicen
leyes científicas bien fundamentadas; carece de una base lógica científica aceptable;
tiene insuficientes pruebas de apoyo derivadas de una investigación científica
controlada; ha fracasado en ensayos clínicos controlados realizados por
evaluadores imparciales; no ha sido capaz de refutar explicaciones alternativas
por las cuales podría parecer que funciona en escenarios no controlados, y parece
de eficacia improbable, incluso para los profanos en el tema, sobre la base del
sentido común... Entonces, ¿por qué hay tanta gente instruida que continúa
comprando y vendiendo este tipo de tratamientos?
El psicólogo canadiense Barry L.
Beyerstein, profesor de la Simon Fraser University, en la Columbia Británica, escribió un magnífico artículo en 1999, traducido por Sergio López Borgoñoz a partir del texto original “Social and judgmental
biases that make inert treatments seem to work” publicado en Scientific Review
of Alternative Medicine. En él dice: “Es mi propósito en este artículo llamar
la atención sobre ciertos factores sociales, psicológicos y cognoscitivos que
pueden llegar a convencer a gente honrada, inteligente e instruida de que
tratamientos desacreditados científicamente pueden llegar a tener algún valor”.
Entre otras cosas, dice el Dr. Beyerstein
que las medicinas llamadas alternativas siguen siendo “alternativas” porque los
que las practican dependen de razonamientos subjetivos y testimonios de otros
usuarios en vez de basarse en una investigación científica que apoye y sustente
esas prácticas. Permanecen fuera de la corriente científica porque la mayor
parte de sus supuestos mecanismos contradicen principios bien establecidos de
la biología, de la química o de la física. Si los defensores de estas terapias
pudieran aportar pruebas aceptables que apoyaran sus métodos, éstas dejarían de
ser alternativas al incorporarse a la medicina convencional.
En su artículo indica que los
consumidores de tratamientos no científicos pueden ser clasificados básicamente
en dos grupos. En el primero de ellos se encuentran los usuarios que prueban
las terapias no convencionales porque asumen, erróneamente, que anteriormente
alguien “de confianza” las ha sometido a una prueba de eficacia. Este “alguien de
confianza” puede ser una cadena de TV que emite una noticia no contrastada
sobre el tema o el testimonio favorable de un amigo. Otras veces la fuente de
confianza es haber visto el producto en una farmacia compartiendo espacio con
productos de eficacia contrastada o una publicidad insertada en un medio de
comunicación.
Los del segundo grupo, en opinión
del Dr. Beyerstein, escogen tratamientos alternativos por un compromiso filosófico
más amplio. Aquellos que escogen las medicinas complementarias sobre bases ideológicas
mantienen un afecto por estas prácticas mucho más sólido y enraizado en una
vasta red de creencias sociales y metafísicas, no siendo necesario añadir que
su visión cosmológica difiere sustancialmente del punto de vista racionalista
que define la biomedicina científica y de sus reglas empíricas, por lo que no es
sencillo llegar a un consenso con ellos.
Estas corrientes están
impregnadas de ciertos contenidos mágicos y de un punto de vista subjetivo del
Universo cuyo dualismo mente-cuerpo ha facilitado el retorno de diversas variantes
de la “curación mental” tan popular a lo largo de los siglos; es decir, la
creencia de que las verdaderas causas y los remedios para casi todas las
enfermedades radican en la mente. Indudablemente, sería bonito que la risa y
tener la mente ocupada con pensamientos optimistas nos mantuvieran sanos, o que
el hecho de rezar pudiera librarnos de enfermedades
Por otra parte, estas corrientes suelen
explotar la opinión muy difundida de que la medicina moderna se ha vuelto excesivamente
tecnócrata, burócrata e impersonal. Esto lleva a algunas personas a recordar
nostálgicamente los días en los que un afable doctor del pueblo tenía todo el
tiempo necesario para dedicar a un paciente y servirle de alivio acompañándole
en su lecho. Esta situación en sí misma es muy deseable, pero se tiende a
olvidar que, con frecuencia, eso era lo único que el médico podía ofrecer en esos
tiempos.
Escribe el Dr. Beyerstein que un
peculiar barniz romántico tiende a convertir a los remedios “naturales” de las terapias
alternativas y su enfoque “holístico” en procedimientos necesariamente más
seguros, menos agresivos, y más eficaces que los que tienen un origen
tecnológico. Se escucha frecuentemente, por ejemplo, la absurda afirmación de
que los brebajes de hierbas no tienen efectos secundarios: si los ingredientes de
un producto natural son lo suficientemente potentes como para afectar a la
fisiología humana de una manera ventajosa, son ciertamente también capaces de
causar efectos secundarios. Decir otra cosa es admitir que se está
administrando una sustancia inerte.
En definitiva, el Dr. Beyerstein aconseja a los clientes que sean incrédulos hacia cualquier persona que efectúe prácticas “médicas” que:
1. Sea ignorante u hostil hacia
la corriente principal de la ciencia;
2. No pueda proporcionar una
explicación razonable para sus métodos;
3. Use una jerga promocional
enlazada con alusiones a fuerzas espirituales y energías vitales o a planos
inciertos, vibraciones, descompensaciones y afectividades;
4. Asegure poseer ingredientes o
procesos secretos;
5. Apele a conocimientos
ancestrales y a “otras formas de conocimiento”;
6. Afirme “tratar a la persona
como un todo” en vez de tratar enfermedades;
7. Declare ser perseguido por la
vieja guardia y aliente acciones políticas en su nombre, o esté presto a atacar
o demandar a sus críticos en vez de responder con investigaciones válidas.